
Fue mandado construir por el dictador Marcos Pérez Jiménez y se dice que su objetivo era servir como punto estratégico militar, un poco al estilo de las ciudades fortificadas que los árabes construían en los promontorios españoles. De esta manera, ante un hipotético ataque, a través del teleférico se podían movilizar casi ochocientos soldados a la hora, cosa que no estaba nada mal. Hoy en día el acceso al hotel se sigue haciendo de la misma forma: o bien a través del teleférico o bien a través de las camionetas que se toman en el barrio de Cotiza, en la parroquia de San Bernardino.
A mí el hotel me encanta, pese a que las obras de remodelación van lentas y no se sabe si finalizarán algún día. En cualquier caso, el Humboldt sigue pareciendo un hotel abandonado. Tiene ese aire como de balneario centroeuropeo, donde las familias aristocráticas se retiraban a pasar los veranos calurosos. Pero también tiene ese porte como de hotel fantasma, abandonado a la suerte de los moradores del más allá. La leyenda cuenta también que en las noches más espesas o lúgubres se puede oír al fantasma de la amante del general Marcos Pérez Jiménez, quien en un arrebato de probidad sentimental se arrojó al vacío desde la planta séptima del hotel por no poder soportar haber engañado a su amante, el dictador, con el cocinero del hotel. Pero eso pertenece ya al terreno de la leyenda…

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