miércoles, 10 de noviembre de 2010

Yo no vengo a decir un discurso

Aquí al lado, en Bogotá, los falsificadores de libros sólo han necesitado cuatro días para poner en circulación el último volumen de Gabriel García Márquez, Yo no vengo a decir un discurso. Por lo visto, en la capital colombiana circulan a todo trapo las copias en papel de mala calidad y tapa blanda, y los lectores se abalanzan sobre los tenderetes que la distribuyen ilegalmente en las plazas y calles del centro de la ciudad, a muchísimo menos de la mitad del precio del ejemplar legal: 4,40 dólares frente a los 17,60 que cuesta adquirirlo en una librería.

En Caracas de momento yo no he visto nada parecido, pero tampoco me extrañaría si ocurriese algo así, dado que el precio de los libros es inasequible para la mayoría de los ciudadanos, teniendo en cuenta el salario medio. Un ejemplo: el último libro de Vargas Llosa vale 130 bolívares (unos 37 euros al cambio oficial), mientras que el salario mínimo es de 1.400 bolos (unos 400 euros), es decir, cuesta casi un 10% de lo que una persona obtiene por su trabajo al mes, algo totalmente descabellado. Pero claro, estamos en lo de siempre: los restaurantes están llenos, en los estadios de béisbol no cabe un alfiler, las calles están saturadas de carros, los centros comerciales de compradores, todo el mundo tiene su blackberry, etc, etc, etc. Yo no vengo a decir un discurso, pero a lo mejor cuando se trata de gastar dinero en libros, ponemos todos el grito en el cielo.

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