viernes, 26 de noviembre de 2010

Perrocalenteros

Los perrocalenteros son una institución gastronómica de Caracas. Están esparcidos por toda la ciudad, en todas las esquinas. Sus salchichas retozan en las planchas vapuleadas a la espera de ser acompañadas por las papas fritas, el repollo o el queso rallado, y sus botes de salsas son de lo más variopinto: mayonesa, kétchup y mostaza, claro, pero también salsa de soja, de ajo, tártara, refrito criollo, guasacaca, rosada y picante, entre otras. Impresiona ver las docenas de huevos apelotonadas unas encima de otras. Por supuesto, nada de refrigeración, nada de conservación en frío y todos esos melindres del mundo del más allá, el de los escuálidos capitalistas que se la cogen con papel de fumar. Ni siquiera los permanentes treinta grados que hay a mediodía los hacen recular en sus costumbres higiénicas.

Los perritos calientes son la devoción de los caraqueños. Los grupos de desaforados clientes se agolpan a la hora de comer (y en realidad a cualquier hora) ante los maestros perrocalenteros. Suele haber tres o cuatro dependientes en cada puesto, y en muchos casos, doy fe, no dan abasto. El puestecito, que tiene su toldito –eso sí–, debe medir tres metros o así de largo, de manera que cada vendedor se debe apañar en poco menos de un metro, lo que da idea de sus habilidades y destrezas en el arte de tan suculenta comida callejera.

Los perritos calientes son baratos y, por muy asombroso que resulte, hay puestos en los que al pagar tienes que dar tu nombre, tu cédula de identidad y tu número de teléfono (como se hace en la inmensa mayoría de los comercios del país) para que puedan hacerte tu factura. Ellos, al final del año fiscal, deben presentarla ante el Seniat, su agencia tributaria. De vez en cuando los propietarios de los puestos –el Cuñao Fast Food; el carrito Mini Lunch; la Salchicha Speedy– protestan porque se consideran “mercado informal” y, dado el cariz de la revolución, deberían tener por deferencia un mejor tratamiento fiscal que el resto, ya que el perrito caliente (o hot dog, como lo llaman los imperialistas yanquis) es una institución culinaria tan venezolana como puedan ser las cachapas o las arepas.

jueves, 25 de noviembre de 2010

Maza Zavala

Tenía el encorvamiento propio de su edad, el de sus 88 años, unas manos huesudas que movía con mucha parsimonia, tan lentamente como expresaba sus pensamientos y sus opiniones. Su nariz era protuberante y sus orejas grandes, el cráneo, prominente, y su mirada, conciliadora. Te recibía en mangas de camisa, una camisa blanca que dejaba trasparentar debajo una camiseta de algodón de tirantes. Sentado delante de su escritorio, con la inmensa biblioteca al fondo, te recibía con un “¿Cómo está, colega?”.

Fue economista, director del Banco Central de Venezuela antes y durante el gobierno de Chávez, miembro de la Real Academia de Ciencias Económicas, profesor universitario, diputado, periodista, columnista, autor de libros de historia económica y socialista convencido. Lo conocí una mañana del mes de marzo en su casa de Los Caobos, cerca de la Plaza de Venezuela. Le hice una entrevista que duró casi dos horas, y opinó sin pelos en la lengua sobre el gobierno, sobre Chávez, sobre sus políticas económicas, sobre el disparate que se estaba llevando a cabo en nombre del socialismo marxista, del que él se consideraba un estudioso y un entusiasta. Fue crítico con el capitalismo de occidente y se declaró autor de poemas y relatos que guardaba para sí. Me pareció un hombre íntegro, honrado, sencillo, intelectualmente vigoroso. Domingo Felipe Maza Zavala murió hace unos días en su casa de Caracas, mientras trabajaba con denuedo en sus artículos semanales y atendía todo tipo de peticiones de periodistas a los que saludaba con un “¿Cómo está, colega?”.

miércoles, 24 de noviembre de 2010

Salvador Garmendia

Siempre he sentido una atracción especial por los escritores marginales, aquellos que a fuerza de lucha, tesón y constancia lograron salirse con la suya: inmolar su vida a la literatura a pesar de las adversidades personales. Uno de estos escritores es Salvador Garmendia, un fabuloso cuentista venezolano que es casi desconocido en nuestro país.

Salvador Garmendia nació en Barquisimeto, en el estado de Lara, en el año 1920 en el seno de una familia de recursos escasos. Desde muy joven padeció problemas respiratorios, hasta que a los quince años de edad le diagnosticaron una tuberculosis que le postró en cama durante mucho tiempo. Fue en aquella época cuando leyó La montaña mágica, de Thomas Mann, y las aventuras del joven Hans Castorp –también tuberculoso, que intenta curarse en el sanatorio Berghof de Davos– le causaron una profunda impresión: “Ésa era mi situación –cuenta en una entrevista–, todo lo entendía: la tos de Hans, el sanatorio. Fue tremendo. Además, daba la casualidad de que mi abuelo, Ezequiel Garmendia, se murió en Suiza, víctima de la tuberculosis. Murió en ese sanatorio y lo enterraron ahí, en ese cementerio”.

Garmendia pasó tres años en cama y cuando quiso reincorporarse a la vida cotidiana, su tren había pasado: no pudo ir al instituto ni tampoco a la universidad. Tenía siete hermanos y un padre que los dejó abandonados. Con estos mimbres, el joven decidió marcharse a Caracas y comenzó a ganarse la vida como pudo, malviviendo en cuartuchos de pensiones inmundas. Escribió para revistas, hizo guiones para los seriales radiofónicos y para el cine. Entretanto fue escribiendo sus más de 400 cuentos, cuentos fantásticos, poéticos, urbanos, todos ellos finas exploraciones sobre la inadaptación y el fracaso, como los que se recogen en el libro No es el espejo, publicado por Alfaguara.

En 1972, recibió el Premio Nacional de Literatura y en 1989 obtuvo el Premio Juan Rulfo por el cuento “Tan desnuda como una piedra”. Escribía porque necesitaba responder a un íntimo impulso de escribir, porque creía que estaba obligado a expresar determinada realidad, a indagar en la memoria colectiva y personal. Fue colaborador del periódico El Nacional y director de varias revistas, y al final de su vida murió completamente ciego por culpa de una diabetes voraz y por un cáncer de garganta que lo fue devorando sin compasión durante los dos últimos años de su existencia.

martes, 23 de noviembre de 2010

Recomendaciones

Las crónicas de sucesos son la sal de la vida de los periódicos venezolanos. No incluyo en la categoría de sucesos las noticias de la política nacional y los disparates, tropelías y arbitrariedades del gobierno, que bien pudieran considerarse tales, sino exclusivamente aquellas noticias relacionadas con los robos, los asesinatos, los estupros y los plagios.

Las crónicas de sucesos son siempre relatos muy vivos, plásticos, encarnizados, un poco barrocos. Los periodistas venezolanos se gustan narrando los hechos truculentos del hampa y dejan aflorar sus dotes literarias, emulando un estilo con resonancias de García Márquez o Truman Capote. A veces, esas crónicas vienen acompañadas de grandes cuadros de apoyo donde se dan consejos y advertencias para no caer víctima de los malandros y la delincuencia.

Ayer, en uno de los principales periódicos del país, venían estos consejos para evitar ser secuestrado en Venezuela, una especia de manual elaborado por la policía y difundido por los medios donde se enseña a prevenir y a comportarse si uno resulta plagiado:

-Mantenga un perfil bajo: no use joyas y salga en carros discretos, mejor si sale en grupo.

-Evite salir en las noches, más si es a lugares apartados que no conozca.

-Avise a su familia cuando salga de casa a dónde va: mantenga un sistema de comunicación ágil y seguro con sus allegados.

-Esté atento a lo que ocurra a su alrededor: detecte personas extrañas, carros sospechosos y si es necesario avise a la policía.

-Cambie sus rutinas: no salga a las mismas horas de casa o del trabajo, sea impredecible.

-Sea prudente: no hable con el personal que tiene en casa y oficina acerca de sus posesiones, y verifique, a ser posible, si esas personas tienen antecedentes.

-Sea discreto: no coloque en redes sociales datos o fotos que puedan ser atractivas para delincuentes.

-No se detenga: no dé asistencia a nadie ni atienda solicitudes de motorizados. Si quiere ayudar aléjese del lugar y llame a la policía o bomberos.

-Si lo interceptan: trate de huir, prenda la alarma, toque corneta, llame la atención y si lo trancan, choque el vehículo que lo cierra en la parte media porque eso lo va a inutilizar.

lunes, 22 de noviembre de 2010

Cascanueces

El escritor romántico alemán E.T.A. Hoffman escribió un cuento fantasmagórico titulado “El cascanueces y el rey de los ratones” a principios del siglo XIX. Casi 80 años después, Tchaikovski le puso música y lo convirtió en un ballet famosísimo que se estrenó en diciembre de 1892. Desde entonces ese ballet se asocia en muchos países de occidente a la Navidad, porque cuando llega esta época del año es cuando más se representa.

El argumento es éste: una noche de Navidad, Clara, la protagonista del cuento, recibe como regalo un cascanueces de manos de un amigo de su padre, un hombre que se había dedicado a matar a todos los ratones de palacio. Ante tal monstruosidad y como venganza, la Reina de los Ratones convierte a su sobrino, Hans, en un feo muñeco cascanueces. Clara queda cautivada por su nuevo muñeco. Una noche el salón de su casa se llena de ratones y, ante la amenaza que representan, su muñeco viene a salvarla. Sólo entonces todos sus muñecos cobran vida y su casa se convierte en un agitado campo de batalla. Con la ayuda de Clara, el Cascanueces mata al Rey Ratón y se convierte en Hans de nuevo. Luego comienza un viaje increíble y fantástico que les conduce por distintos reinos mágicos.

Esto no nos lo cuenta la dependienta de la tienda en la que compramos nuestro cascanueces, un bello muñeco de madera que viste como un excursionista escocés, con su bastón y su pantalón a cuadros y su mochila y su luenga barba gris. Lo único que la dependienta puede decirnos cuando le preguntamos que de dónde viene esta tradición de los cascanueces en Venezuela es que no tiene ni idea, pero que en los últimos años ha ido en aumento y que ahora forma parte indisoluble de la Navidad venezolana. Y es cierto: uno recorre las calles y las tiendas, y los cascanueces están presentes en los escaparates, en las puertas de los establecimientos, en las vitrinas, pero también se pueden ver en los lobbies de los edificios, en los adornos navideños de las casas, en los mostradores de las luncherías. Y es que en este mundo globalizado hasta los sencillos cascanueces ideados por un escritor alemán se pueden convertir en el icono de la Navidad de un país caribeño.

viernes, 19 de noviembre de 2010

Nóminas paralelas

Un nuevo caso de corrupción afea el currículum de la revolución chavista. Resulta que el director de Recursos Humanos de Mercal, una red de mercados establecidos por el Gobierno, que se dedica a vender los alimentos más básicos a un 60% por debajo del precio normal, ha sido denunciado por pagar presuntamente con nóminas paralelas a sus empleados, además de entregar los famosos tickets de comida a personal ajeno a la empresa y desviar recursos públicos a sus bolsillos.

El escándalo está servido, claro, pero lo mejor resulta cuando uno lee los informes del Ministerio de Alimentación donde se recoge que hasta el año pasado Mercal ha sido denunciada en más de 500 ocasiones debido a todo tipo de corruptelas: venta ilegal de alimentos; especulación con vendedores informales enviados por la propia dirección de Mercal a comprar los productos que más escasean, como la leche, el azúcar o la harina, y después, una vez acaparados, venderlos con sobreprecio; pagos de hasta 40.000 bolívares por viajes de trabajo que no se realizaban; sueldos a personas que no pertenecían a la empresa; pagos de nóminas a empleados fantasmas; y un larguísimo y aburrido y corrupto etcétera.

jueves, 18 de noviembre de 2010

Autorretrato caraqueño

Éste soy yo, con mi periódico y mi cámara de fotos en ristre, recorriendo sin cesar las calles de esta ciudad, una sombra siempre atenta a lo que pueda ocurrir.

miércoles, 17 de noviembre de 2010

Antirrevolucionario

El 5 de febrero de 2010 Venezuela se enfrentaba a México en la Serie del Caribe de béisbol, en el estadio Guatamare de Nueva Esparta. Aquel día, Miguel Hernández (que no tiene nada que ver con el poeta alicantino), mecánico de 49 años, residente en Margarita y padre de familia, decidió ir al estadio vistiendo una camiseta con un mensaje que parecía sacado de un poema de Bukowski: “Me cago en la revolución”. Ese día, la Guardia Nacional, ese simpático y amable cuerpo al servicio del Estado, lo apresó, un fiscal lo llevó a un tribunal y un juez lo condenó a presentarse cada 30 días en las dependencias de la comisaría más cercana. Ayer se supo, además, que el mes que viene empezará un juicio contra el humilde Miguel Hernández, que sin ser poeta aquel día se sintió traspasado por las musas y ahora está pagando los excesos de su arte.

El Ministerio Popular considera la franela como una “ofensa a los jefes de gobierno, lo que está tipificado en el Código Penal” y, por ello, ese padre de familia, casi poeta, será enjuiciado sin más dilación. “Yo no quise ofender a Hugo Chávez, sólo dije lo que pienso. Yo, a esta revolución, no la quiero, no me gusta y lo voy a decir aquí y donde sea”, se defendió ante los micrófonos de la prensa. Y esbozó una última poética: “En esta revolución todo es posible, pero con el miedo no se forja el futuro. Si tenemos miedo de decir lo que pensamos, ¿qué país le vamos a dejar a nuestros hijos?”.

martes, 16 de noviembre de 2010

Gaitas

Yendo en un taxi, el conductor me ha dado una charla teórico-práctica de las gaitas. Teórica, porque la hora que ha durado el trayecto se ha dedicado a hablarme, contarme y describirme las excelencias, la historia y la cultura que subyace al género de las gaitas. Y práctica, porque después de haberse tirado más de veinte minutos buscando una emisora, por fin ha dado con una de Maracaibo con la que me ha podido ilustrar, bien cantando él o bien señalando en el aire con el dedo un párrafo de la letra o una estrofa musical.

Lo que me ha contado ha sido poco más o menos esto: las gaitas son un tipo de música original del estado del Zulia, típicamente navideña, jacarandosa, chisposa y festiva, con letras satíricas y críticas hacia el poder, pero también con un importante trasfondo religioso, ya que casi todas hablan y ensalzan a la Virgen de Chiquinquirá, la Chinita, una virgen a la que los oriundos del Zulia le deben su santa devoción y cuyo rasgo más sobresaliente es, claro está, sus ojos rasgados.

Lo mejor de las gaitas, según el taxista, es que ahora, en plenas navidades (aquí las luces y las flores de pascua y las coronas y los árboles están puestos ya desde primeros de noviembre, aunque según su opinión este año van tarde), transmiten como ninguna otra cosa la alegría de vivir que tienen todos los venezolanos, porque aquí “somos un pueblo alegre, con ganas de rumba siempre, y en Navidad la gente se echa sus buenos tragos y se ríe sin parar al son de las gaitas. La gaita es lo que hace que esto se viva con más intensidad”.

lunes, 15 de noviembre de 2010

Hotel Humboldt

Arriba, en lo alto de El Ávila, coronando la ciudad, con su porte engañoso pues parece resplandecer y estar lustroso de lejos, pero en realidad está arruinado y con una pátina de decadencia que barniza su fachada y sus interiores, se encuentra el hotel Humboldt, un icono de la arquitectura venezolana de los años 50. Cada mañana, desde la ventana de nuestra casa, vemos cómo las nubes y la niebla lo engullen literalmente y cómo, en las noches serenas y claras, brillan sus luces, como un faro para las aeronaves que de vez en cuando pasan por allí.

Fue mandado construir por el dictador Marcos Pérez Jiménez y se dice que su objetivo era servir como punto estratégico militar, un poco al estilo de las ciudades fortificadas que los árabes construían en los promontorios españoles. De esta manera, ante un hipotético ataque, a través del teleférico se podían movilizar casi ochocientos soldados a la hora, cosa que no estaba nada mal. Hoy en día el acceso al hotel se sigue haciendo de la misma forma: o bien a través del teleférico o bien a través de las camionetas que se toman en el barrio de Cotiza, en la parroquia de San Bernardino.

A mí el hotel me encanta, pese a que las obras de remodelación van lentas y no se sabe si finalizarán algún día. En cualquier caso, el Humboldt sigue pareciendo un hotel abandonado. Tiene ese aire como de balneario centroeuropeo, donde las familias aristocráticas se retiraban a pasar los veranos calurosos. Pero también tiene ese porte como de hotel fantasma, abandonado a la suerte de los moradores del más allá. La leyenda cuenta también que en las noches más espesas o lúgubres se puede oír al fantasma de la amante del general Marcos Pérez Jiménez, quien en un arrebato de probidad sentimental se arrojó al vacío desde la planta séptima del hotel por no poder soportar haber engañado a su amante, el dictador, con el cocinero del hotel. Pero eso pertenece ya al terreno de la leyenda…

jueves, 11 de noviembre de 2010

Videoclub

Al fondo de un pasillo, en un recodo medio escondido del centro comercial San Ignacio, en una entreplanta, hay un videoclub de lo más peculiar. Vamos caminando y cuando lo vemos nos damos un codazo, como si hubiéramos descubierto un tesoro.

–Anda, mira –nos decimos–, un videoclub.

Entramos y nos ponemos a ojear. El material es de lo más surtidito: DVD, Blu-Ray, películas de estreno, series completas por temporadas, filmes clásicos, por géneros, etc. La disposición de los anaqueles es impecable y el orden, exquisito. Pero lo mejor son los precios: un DVD te lo llevas por un euro y el último estreno de Hollywood en Blu-Ray lo compras por cinco euros. Qué chollo, pensamos. Las carátulas vienen plastificadas, pero cuando las miras con un poco de detenimiento ves que el papel del cartel está mal recortado y que no cubre todo el espacio que debiera. Sólo entonces te das cuenta de que estás en un videoclub pirata, como un top-manta pero en tienda.

–Oye –le preguntamos al dependiente–, estas películas ¿son originales?

–Claro, papá, aquí todo lo que vendemos es original, tenemos estrenos y series, lo que quieras.

–No, me refiero a que si son copias o son películas originales.

–Ah, no, helmano, nosotros somos serios, trabajamos con material de primera. Si yo vendiese copias en mal estado, de esas que se graban en los cines, se me acabaría el business.

–¿Pero esto… es legal? –le preguntamos ingenuamente.

–Claro, papá, aquí en Venezuela esto es legal, porque yo no las exhibo en público, es sólo que las vendo y ya está.

–Ah.

–El gobierno te da chance de hacer esto. Yo antes tenía un Blockbuster pero quebró, la gente no alquilaba. Internet nos hizo mucho daño. Ahora lo hago así: hago copias de calidad y la cosa va mejor –hace una pausa y nos señala una balda–. Miren, tengo Hermano, Habana Eva, Celda 211, Comer, rezar, amar. Lo que quieran, son estrenos.

–Gracias –le decimos–, vamos a echar un vistazo.

Nos ponemos a ello y, cuando miramos de arriba abajo, nos quedamos impresionados. No estamos convencidos de la calidad, aunque el dependiente nos asegura que cada copia pesa cuatro gigas. Al final nos llevamos una para probar. Cuando estamos pagando, nos dice:

–Ustedes son artistas ¿verdad? –sonríe mostrando una mueca de complicidad–. Ya lo decía yo, según hablaba con ustedes: los señores por lo menos son artistas.

–Bueno, estamos en ello –le digo yo–.

–¿Qué son: cineastas, fotógrafos, pintores?

–No, yo periodista y ella química.

–Ah –exclama con cierta complacencia–, no andaba yo muy equivocado.

miércoles, 10 de noviembre de 2010

Yo no vengo a decir un discurso

Aquí al lado, en Bogotá, los falsificadores de libros sólo han necesitado cuatro días para poner en circulación el último volumen de Gabriel García Márquez, Yo no vengo a decir un discurso. Por lo visto, en la capital colombiana circulan a todo trapo las copias en papel de mala calidad y tapa blanda, y los lectores se abalanzan sobre los tenderetes que la distribuyen ilegalmente en las plazas y calles del centro de la ciudad, a muchísimo menos de la mitad del precio del ejemplar legal: 4,40 dólares frente a los 17,60 que cuesta adquirirlo en una librería.

En Caracas de momento yo no he visto nada parecido, pero tampoco me extrañaría si ocurriese algo así, dado que el precio de los libros es inasequible para la mayoría de los ciudadanos, teniendo en cuenta el salario medio. Un ejemplo: el último libro de Vargas Llosa vale 130 bolívares (unos 37 euros al cambio oficial), mientras que el salario mínimo es de 1.400 bolos (unos 400 euros), es decir, cuesta casi un 10% de lo que una persona obtiene por su trabajo al mes, algo totalmente descabellado. Pero claro, estamos en lo de siempre: los restaurantes están llenos, en los estadios de béisbol no cabe un alfiler, las calles están saturadas de carros, los centros comerciales de compradores, todo el mundo tiene su blackberry, etc, etc, etc. Yo no vengo a decir un discurso, pero a lo mejor cuando se trata de gastar dinero en libros, ponemos todos el grito en el cielo.

martes, 9 de noviembre de 2010

De embajadores y aeropuertos

Todo embajador, al ser designado por el gobierno de turno, es necesariamente proselitista. Ese proselitismo a ultranza va en el cargo y en los honorarios. Vamos, que para eso le pagan. De ahí se entienden actitudes tan deplorables como la del embajador venezolano en España quien, hace un par de días, ha montado un numerito denunciando a la Policía Nacional por haberle retenido el pasaporte y haberle “maltratado de forma verbal” en la Terminal 1 cuando llegaba a Madrid procedente de Caracas.

La versión del embajador Isaías Rodríguez es ésta: un agente le trató de forma “manifiestamente hostil y con un tono de voz irrespetuoso” y le gritó “apártese” cuando trató de mostrar su pasaporte para ser sellado. Tras identificarse y protestar por este trato, “varios policías uniformados lo rodearon y le pidieron el pasaporte”, documento que “retuvieron indebidamente durante quince minutos” antes de devolvérselo. Este incidente es una “prueba más de la actitud hostil, poco educada y maltratadora de algunos funcionarios de Barajas hacia los venezolanos que viajan a España”.

La versión de la Policía Nacional es esta otra: el embajador no se identificó como el máximo responsable de la legación diplomática venezolana hasta el último momento, propiciando una situación “incómoda para el resto de ciudadanos que transitaban por el control de documentación, retrasando este trámite y, por último, elevando el tono de voz mientras se identificaba verbalmente como embajador. Previamente protagonizó otro incidente, al pretender emplear un acceso reservado a las tripulaciones de las aeronaves de aquella terminal”.

Lo que hay de trasfondo es, sin duda, la lucha encarnizada que mantienen ambos gobiernos, el español y el venezolano, por el etarra Arturo Cubillas, que ejerce en el Ministerio de Tierras de Venezuela y quien, después de ser acusado por dos etarras como supuesto enlace entre ETA y las FARC, se acoge a su condición de ciudadano nacionalizado en Venezuela para eludir el juicio que le quieren hacer en Madrid. Al hilo de esto, el embajador Isaías Rodríguez declaró que los presuntos miembros de ETA podían haber sido torturados por la policía española para confesar que recibieron entrenamiento en Venezuela con la ayuda de Cubillas.

No sabremos nunca qué fue lo que sucedió realmente en la T1. Si la Policía Nacional actuó con prepotencia y mala educación, evidentemente debe ser reprendida. Pero no sé por qué en este caso tengo mis dudas respecto a lo que cuenta el diplomático.
Ya me gustaría a mí y a todos los españoles que viajamos a Venezuela tener el poder mediático que tiene el proselitista embajador venezolano para difundir las aberraciones, las degradaciones, el temor, el estado dictatorial y el clima de acojone que imponen los militares de la Guardia Nacional en el aeropuerto de Maiquetía, donde que se lleven tu pasaporte durante no quince sino treinta minutos, que te interroguen sistemáticamente presumiendo que eres culpable, que te amenacen con ir a prisión, que te saquen del aeropuerto y te lleven a un hospital a hacerte radiografías, que te bajen a un hangar donde te revisan la maleta y luego aparece una persona que no estuvo presente durante el registro y afirme que ha sido testigo de que no te han metido nada en la misma y firma un documento sosteniendo tal cosa, un aeropuerto donde las patrullas de niñatos vestidos con uniformes verde oliva y metralletas de repetición es el panorama común, donde los viajeros tienen que mirar al suelo y evitar cruzarse con las miradas acusatorias de esos militarotes revolucionarios de tres al cuarto, donde las mujeres que viajan solas son acosadas permanentemente y llevadas a cuartos donde se les revisa el equipaje una y otra vez, donde te sacan la cartera y te manosean los billetes y hacen como que se los van a quedar, donde te huelen (no los perros, sino los militares) los libros que llevas y los zapatos y la ropa interior, donde te hurgan los champús y los geles con el primer plástico que se encuentran en el suelo para ver si llevas droga en los envases, donde todas estas cosas son el pan nuestro de cada día, ahí, me hubiera gustado ver al embajador de Venezuela en España. No me imagino qué hubiera dicho si hubiese sufrido el trato que recibimos los españoles cuando viajamos a su país.

lunes, 8 de noviembre de 2010

Los Roques

Estuvimos unos días en Los Roques, el verdadero paraíso caribeño de Venezuela. Enclavado a más de 160 km de la costa venezolana, la llegada al archipiélago es espectacular: desde la avioneta se contemplan ya las increíbles playas paradisíacas, con sus aguas azul turquesa y sus orillas de arena blanca, las palmeras aguerridas y los cayos y los médanos silenciosos, repletos de tortugas, estrellas de mar, langostas y moluscos.

No sabría definir muy bien cuál es el tipo de turismo que se hace en Los Roques: está claro que para los venezolanos es un destino caro y exclusivo, pero en realidad (para un turista extranjero) no lo es, por cuanto los servicios y las posibilidades que ofrece la isla son muy limitados, pero no por ello menos encantadores. Es una verdadera delicia alojarte en la posada atendida generalmente por italianos (la nuestra, Albacora, estaba regentada por una familia muy peculiar de Milán), desayunar y cenar en sus agradables terrazas o porches, pasear por las calles sin asfaltar de la isla, ver a todos sus habitantes caminar descalzos, despreocupados, haciendo sus vidas al margen del mundanal ruido: jugando a un curioso bingo compuesto de dibujos en vez de números o dándole al deporte nacional, el béisbol. El día a día de la isla para un visitante es muy sencillo: llegas a la posada, el posadero te prepara una cava (una nevera) con comida y aperitivo para pasar el día en alguno de los cayos cercanos, luego vas al muelle, tomas una embarcación a motor y te trasladan al islote que tú elijas, siempre dependiendo de los pronósticos del tiempo: Madrizquí, Francisquí, Noronsquí, Crasquí, Cayo del Agua, etc. Una vez que te dejan allí, las opciones son: tumbarse al sol, bañarte en sus increíbles y templadas aguas azul celeste, hacer snorkel, bucear o recibir clases de kite-surfing. Pasas el día entero en el cayo y, al regreso, ya al anochecer, lo mejor es irte a alguna de las terrazas medio hippies que hay en la playa a tomarte algo mientras observas la espectacular puesta de sol y esperas, sin prisa y con toda la calma del mundo, a que preparen la cena para, después, irte a dormir.Claro que no todo fue tan idílico: el último día nos tocó vivir los coletazos del huracán Thomas y la travesía desde Francisquí hasta el Gran Roque fue de película de terror: estábamos en un cayo donde la única construcción “firme” era un chiringuito de madera que temblaba con cada golpe de viento; vinieron a buscarnos en una lancha en la que no había chalecos salvavidas para todos y, cuando salimos hacia el Gran Roque, el temporal nos cogió en mitad del mar; la lluvia caía a ráfagas laterales, violentamente, y las olas (en un sitio donde casi nunca las hay) alcanzaron los dos metros. No pudimos llegar al muelle, así que nos dejaron en la otra punta de la isla, junto a la pista del aeropuerto y tuvimos que caminar más de veinte minutos (no porque la posada estuviera lejos, sino porque el viento no nos dejaba avanzar) hasta llegar, totalmente empapados, a nuestra posada. Para colmo, cuando llegamos no había luz ni agua caliente, pero menos mal que el posadero tenía un generador independiente y pudimos ducharnos sin problemas. Pasamos el resto del día en la posada, viendo el partido del Inter de Milán, tomando cafés y leyendo repanchingados en la chaise-longue de la terraza.