martes, 1 de junio de 2010

Choroní, bienvenidos al paraíso

A poco más de tres horas de Caracas hay un pueblecito somnoliento y melancólico, enclavado al otro lado de los inmensos picos que pueblan el Parque Nacional Henri Pittier, que tiene lo que uno espera encontrar en el Caribe: playas idílicas de arena blanca y mar azul turquesa, cocoteros, palmeras, espesos bosques, casas coloniales, posadas con encanto y calma chicha tropical. Hasta es posible ver a un joven indolente ataviado con los colores del Barca y una gorra de jamaica haciendo abalorios y colgantes hippies, esperando vender alguno (como se puede ver en la foto de más abajo).

Choroní es un delicioso pueblecito de la costa, hacia la parte occidental de Venezuela, que sirve como refugio de algunos caraqueños que huyen de la ciudad los fines de semana. No en vano, un cartelito en la playa te da la bienvenida al paraíso, y eso ya de por sí te relaja.

El camino hasta allí, sin embargo, es fatigoso, ya que la carretera que serpentea por la montaña es terrible, atestada de pronunciadísimas curvas y baches imposibles que hacen un ejercicio de funambulismo la labor de los conductores, sobre todo cuando en la misma curva convergen dos coches o un coche y una buseta. Entonces hay que parar, dar marcha atrás, colocar el carro al borde mismo de un precipicio sin fin y esperar a que pase. Pero nosotros íbamos tranquilos, ya que el conductor que nos llevaba -nos relataba sin mucho entusiasmo- pasó muchos años de su vida trabajando en una línea de autobuses que hacía Caracas-Lima en tan solo cinco días y medio o Caracas-Bogotá en apenas 32 horas. Toda una proeza.

Lo mejor de Choroní es Puerto Colombia, la zona que tiene más vidilla y que era el antiguo puerto de la región. Ahí ves el Caribe en su esencia: muchachos descalzos pisando el abrasador asfalto sin que les tiemble el pulso, ancianos fibrosos vestidos únicamente con bermudas, mostrando el torso endurecido por el sol y luciendo largos machetes con los que aporrean los cocos, mulatonas y mestizas que van mostrando lo mejor de sus cuerpos, sin ningún tipo de pudor, puestos de caña de bambú en los que venden empanadas, guarapita, rones, arepas y jugos de frutas, desérticas calles con haciendas coloniales de fachadas en tonos pastel y monos que brincan por los árboles del jardín o se recuestan en los chinchorros (hamacas) o se cuelan en las cocinas para robar la comida.

Aquí en Choroní hay poco que hacer: dejarse llevar por la calidez de sus aguas, derretirse bajo los cocoteros, deleitarse con las Soleras (cervezas) que los vendedores te dejan en precarias neveras de corcho o darse una vueltecita por el pequeño malecón o las angostas calles del pueblo. Pues eso, en definitiva, desconectar y disfrutar del paraíso.

2 comentarios:

  1. Qué suerte poder disfrutar de esas playas tan bonitas
    S

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  2. Es todo un paraiso terrenal, felicito a sus habitantes por tan maravilloso lugar.

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