El pasado mes de febrero las calles de Caracas se llenaron de una marea roja que conmemoraba el intento de golpe de estado que lideró Hugo Chávez en febrero de 1992, cuando todavía era coronel paracaidista y aspirante al poder. Los tiroteos de entonces se cobraron veinte vidas y Chávez fue condenado a prisión. La intentona se quedó en agua de borrajas. Sin embargo, ahora aquella fecha se ha convertido en un hito en el calendario revolucionario.
Ayer, sin ir más lejos, más de 35.000 milicanos vestidos con trajes militares verde oliva, luciendo rifles y ametralladoras de repitición, poblaron la avenida Bolívar, una de las arterias principales de la ciudad, para conmemorar el golpe de estado organizado por altos mandos militares y financiado por un lobby empresarial que echó del gobierno a Chávez durante dos días en abril de 2002 (Chávez está en el poder desde 1998). Aquel episodio, que costó la vida a 19 personas, le dio alas para ampliar sus poderes y recrudecer el conflicto social.
Ayer se esperaba a un Chávez exultante, avasallador, y sin embargo, lo que vimos fue a un Chávez delirante, ansioso ante la posibilidad de perder las elecciones del próximo mes de septiembre, nervioso por la creciente oposición del tejido industrial y las instituciones internacionales. La extensa masa verde oliva estuvo esperando durante varias horas hasta que el comandante hizo acto de presencia. Llegó, habló y dejó muchas perlas.
Aseguró que hay sectores que están preparando un golpe de estado o un magnicidio. "Mi asesinato sigue a la orden del día" dijo, y después añadió: "Esta burguesía continúa con sus planes para liquidarme físicamente. Si lo hicieran, oíganme bien, ustedes no pierdan la cabeza, el juicio. Allí están los lideres, el partido, mis generales, mis milicias, mi pueblo, ustedes saben lo que tendrían que hacer: sencillamente tomar todo el poder en Venezuela, absolutamente todo, y barrer a la burguesía de todos los espacios políticos y económicos".
Su discurso suena cada vez más a eso, a limpieza de todo lo que molesta. Para tener la casa limpia, no hay más remedio que barrer la porquería.
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