Si estoy contento de haber venido a vivir a Caracas es, entre otras cosas, por haber conocido La Gran Pulpería. No, no es una taberna, ni una lunchería ni un sitio de tapas, ni siquiera un sitio en el que vendan pulpo. Es una increíble librería de lance, de libros viejos. Ni las que pueda haber visto en Madrid, Barcelona, París, Londres, Ámsterdam, Copenhague, Buenos Aires, San Francisco, Nueva York o cualquier otro sitio que haya podido visitar, se le puede comparar a ésta. Definitivamente, La Gran Pulpería del Libro Venezolano es el sitio más espectacular que haya visto jamás.
Es un lugar mágico, abrumador, inacabable. Situada en una callejuela trasera de la zona de Sabana Grande y abierta desde 1984, la entrada de la librería no tiene nada de particular, pero a medida que bajas las escaleruchas que llevan al fondo todo va cobrando otra dimensión: los pasillos se multiplican, las estanterías rebosan, los libros se acumulan, el polvo se remansa. Hay incluso una zona que parece el Rastro de Madrid o el San Telmo de Buenos Aires, con un montón de cachivaches de lo más rocambolesco, desde botellas de sifón a muñecas de los años veinte o teléfonos de mesa de los que ya sólo se ven en las películas antiguas, pasando por monedas, afiches, figuras de cerámica, porcelanas, cajas de música, etc.
La cantidad de libros es inabarcable, colosal, y hay de todo: primeras ediciones, ediciones raras, libros descatalogados, libros que hace poco eran novedades y que ya cabalgan por las estanterías como libros viejos, libros intonsos, libros mal encuadernados, libros inexistentes… Lo que quieras. Ahí, por ejemplo, he conseguido la primera traducción que se hizo al español de En busca del tiempo perdido de Marcel Proust, a cargo de Pedro Salinas y José María Quiroga Pla y completada por el traductor Marcelo Mesnaché, tan sólo veintidós años después de que se publicara en Francia. Ésta que os digo está impresa en Buenos Aires por Santiago Rueda en 1944 y sólo se imprimó hasta el quinto volumen, La Prisionera. Estoy pletórico porque, según me confirmó mi amiga Marián, en la Biblioteca Nacional de Madrid la edición más antigua que poseen es la de 1952, impresa en Barcelona por José Janés. Luego vinieron las de Consuelo Bergés para Alianza en los años 60 y la de Mauro Armiño recientemente para Valdemar. Pero eso son otras batallas que no vienen al caso.
Lo bueno de La Gran Pulpería es que además los precios, en general, son asequibles, así que ahí paso mucho tiempo buceando en ese océano de libros, en busca de alguna ganga que llevarme para España.
Siempre has sido mucho más bibliófilo que yo, pero me das mucha envidia con tus visitas a esta librería de viejo. Acariciar el lomo de un libro es a veces como acariciar la piel de alguien a quien amas: sabes cómo palpita la vida allá adentro.
ResponderEliminarRaúl, tengo muchas ganas de que veas la edición de Proust, te va a encantar.
ResponderEliminarEstoy seguro de tu disfrute entre tanta letra,como te gustan los libros
ResponderEliminarHe comprado muchos libros en la Pulperia para llevarlos a Moscu. Seran utiles en el proceso de preparacion de una monografia dedicada a la historia de amistad de dos pintores magnificos - Reveron y Ferdinandov.
ResponderEliminarSoy cliente de la Gran Pulpería desde su fundación hace casi treinta años pero hace treinta años afortunadamente conocí al doctor cuando andaba en otra hija de su creación: la Librería Historia que en el centro de Caracas sigue y atendida por Jonás Castellanos.
ResponderEliminarAl doctor le encanta la aventura bibliográfica y como afín en esta cacería de buenos libros y maravillas he llenado en casi treinta años varias páginas de viajes, búsquedas y fortuitos hallazgos extensivos a los cuarenta años paseándome y hoy dia muy de vez en cuando por estos dos muy conocidos negocios Castellanos.
Volver a ellos es como el queso que atrapa el ratón y en la Pulpería de Don Rafael Ramón hay distracción para rato y muy poco tiempo para abarcarlo.
Saludos viejos proveedores, metidos en líos con el dinero como siempre y esperando vacaciones para pasarme una temporada en tan claustrofóbicos claustros. Espero estén mejor que yo con el espacio porque como miles de casos conocidos a mi casi me botan de la casa por la invación papiro-bibliográfica y volviendo loca a la familia con semejante e inevitable invación.
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