lunes, 17 de mayo de 2010

El Presidente no va al mercado

Es la sensación que todos tenemos, que Chávez no sabe nada de la cotidianidad de la gente y que su vida en el Palacio de Miraflores transcurre adensada en una realidad ficticia como la de la mosca de Parque Jurásico petrificada en el ámbar, símbolo de un mundo acabado y remoto.

Estos días, el Movimiento 2D (nombre que hace referencia al referéndum del 2 de diciembre de 2007 cuando se votó por la modificación de la Constitución), formado por un grupo de personalidades de la vida venezolana, empresarios, abogados, periodistas, profesores, propietarios de medios de comunicación, han difundido un comunicado que me parece muy sintomático del malestar de cierta parte de la población de Venezuela. He eliminado solo unos cuantos párrafos, pero prácticamente lo pongo íntegro, ya que es claro y meridiano y refleja muy bien la realidad no ficticia del país, esa que el presidente Chávez se empeña en enmascarar:

“Desde que la telaraña marxista-leninista-fidelista se apoderó de la mente del Presidente de la República, Venezuela se ha convertido en conejillo de Indias de las más absurdas prácticas económicas basadas en políticas de represión y castigo. Entre tanto, el pueblo ha sido condenado a sufrir un proceso inflacionario récord en nuestro país y el más alto padecido por América Latina.

El Presidente de la República no va al mercado. El set de televisión que le arman para “Aló Presidente” está rodeado de artificios. Para conseguir azúcar o leche, las amas de casa de modestos recursos tienen que dar vueltas por la ciudad, ir de un lugar a otro a ver si corren con suerte.

El Presidente de la República no tiene ni la más remota idea de lo que cuestan los alimentos de primera necesidad. El bolívar fuerte se le hace agua a la gente en sus manos, se ha convertido en lo que fue una locha en otros tiempos.

Al Presidente de la República nunca le falla la electricidad. Por eso no sabe lo que son los apagones que martirizan al pueblo en el interior del país, le hacen perder su trabajo, sus alimentos refrigerados, su tiempo de estudio, en Mérida, por ejemplo, donde la luz llega por milagro.

Entre tanto, el jefe del Estado se entrega a sus estudios de marxismo y a las consultas reverenciales a sus oráculos cubanos sobre las soluciones económicas. Así, Venezuela se convierte en un país que importa fracasos. El pueblo padece este inmerecido castigo. Los precios subieron más de 30% durante los meses de marzo y abril, la cifra más alta en toda América Latina. ¿Lo sabe el Presidente? ¿Imagina lo que esto significa? En la zona metropolitana el precio de los alimentos aumentó más de 40% en el último año.

Expertos internacionales de organismos multilaterales o académicos creen que el índice inflacionario superará este año 40% o 45%. Sean cuales fueren las cifras y los pronósticos, la realidad ya se ha encargado de traducirlos a los hechos: inflación con recesión y una grave escasez de productos de primera necesidad que el Gobierno trata de resolver a través de importaciones masivas. Paralelamente, los ministros del régimen, junto con las autoridades del Banco Central, practican su concepción policial de la economía: controles a todos los niveles y en todos los sectores.

(…) Con un déficit fiscal de grandes proporciones, el Gobierno adquiere deudas gigantescas, como el préstamo de la República Popular de China por la cifra de 20 millardos de dólares, la compra enfermiza de armamentos a Rusia o las gestiones con organismos multilaterales como la CAF, de la cual acaba de recibir un crédito por 500 millones de dólares, según noticia de los medios, para la “emergencia” eléctrica. Petróleos de Venezuela, la otrora gran corporación estatal, está financieramente asfixiada, con una deuda también creciente adquirida en tiempos de vacas gordas.

Ya el jefe del Estado les anunció a las empresas inversionistas que acaban de suscribir contratos para la explotación de la faja del Orinoco que los recursos cancelados por ellas serán destinados a lo que llama “el gasto social”. O sea, en pocas palabras, el gasto electoral. El derroche sin límites, porque en el país hay controles para todo el mundo, menos para el Presidente de la República y sus ministros.

(…) La política de expropiaciones, estatizaciones, confiscaciones, ocupaciones militares, constituye un capítulo oscuro y trágico de los compromisos del Estado. El Gobierno aplica la fuerza para expropiar a discreción, manda sus obedientes batallones de la Guardia Nacional, pero las deudas contraídas no podrán ser negadas por el Estado. En este rubro se inscriben las empresas extranjeras, las nacionales, los grandes y pequeños empresarios de la ciudad o del campo que han sido objeto de acciones propias de un gobierno de facto que considera que tiene el futuro bajo garantía y que, por tanto, no debe preocuparse de rendir cuentas. Están equivocados. El Estado es responsable de quienes, en su nombre, actúan y proceden con irresponsabilidad.

El Presidente de la República está obligado a rectificar sus políticas porque está llevando a Venezuela a una situación social verdaderamente insostenible. Como nunca antes”.

Podría ser más corto pero no más claro: el Presidente nunca va al mercado.

2 comentarios:

  1. Gran entrada, Santi. Todos los políticos tienden a hacer lo mismo. Los de derechas y los de izquierdas, los dictadores duros y los blandos, los presidentes electos y los impuestos, todos tienen en común que miran la realidad con telescopio, a la luz de la estadística, del informe, no sea que se aburran con la cola del metro, que se quemen con la barra de pan recién horneada, que se manchen con el yeso de la obra...

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  2. Llevas razón, están todos cortados por el mismo patrón...

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