El que los pinta firma como Ergo. Sus dibujos decoran esquinas abandonadas, sobresalen en casetas de electricidad o en contenedores de basura. Buscan los espacios más humildes y menos vistosos. Pero están ahí, junto a una farmacia, en una parada de taxis, al lado de un puesto de hortalizas.
Son imágenes pintadas con plantilla y luego trabajadas con los dedos, con gruesos pegotes de pintura, lo que le permite imprimir cierto relieve, más personalidad.
Gracias a estos afiches, Caracas se vuelve un poquito más humana, más artística, más universal y se asemeja a otras grandes ciudades en materia de grafitis: Barcelona, Ámsterdam, París.
Gracias a estos grafiteros, se rompe el pesado culto a la personalidad de un presidente reproducido hasta la saciedad.
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